Que la enésima crisis venezolana, el nuevo intento de golpe de estado protagonizado por Guaidó y sus supporters internacionales, individuales e institucionales, es una maniobra ilegítima y criminal, carente de cualquier virtualidad democrática o justificación humanitaria, debería ser una conclusión irrefutable desde cualquier perspectiva mínimamente reflexiva. Sin embargo, está siendo ampliamente respaldada por los gobiernos (nominalmente democráticos) de Occidente con espurios argumentos que confunden y manipulan a la opinión pública, inculpando al régimen bolivariano por la escasez y los problemas de todo tipo que sufre el pueblo venezolano. En las próximas líneas intentaré explicar esa paradójica posición de gobiernos y personalidades occidentales ante Venezuela.
Victorias chavistas
El gobierno bolivariano, desde su instauración hasta hoy, se ha sometido al escrutinio de las urnas más de una veintena de veces y ha arrasado a la oposición en casi todas ellas. Ese paseo triunfal del chavismo en los sucesivos procesos electorales se vio truncado en las pasadas elecciones al Parlamento, que ganó la oposición. Cabría buscar la causa de esa derrota en la situación de crisis económica y alimentaria provocada, al igual que sucedió con Cuba en el llamado periodo especial, por el embargo económico y comercial decretado por EEUU, como represalia ante la amenaza que suponía para los intereses de las multinacionales norteamericanas y europeas, las nacionalizaciones estratégicas impuestas por el gobierno de Hugo Chávez. Aunque habría multitud de argumentos que justificarían los actos de Chávez, solo me voy a referir a uno que se basta a sí mismo: ¿cómo podía y puede pasar hambre y calamidades infinitas un pueblo en cuyo territorio se localizan las segundas reservas de petróleo del planeta? Solo la pervivencia secular de un régimen injusto, antidemocrático y vendido a intereses extranjeros puede explicar esa injusta paradoja. Durante todo el siglo XX y hasta la actualidad, el capitalismo depredador y extractivo ha preferido engordar a una pequeña élite —dictatorial o supuestamente democrática—, a procurar el bienestar a toda la población venezolana. Una minoría dominante y corrupta resulta mucho más económica de mantener y, más importante, es infinitamente más fácil de controlar, que una ciudadanía con la aspiración legítima de ser dueña de sus recursos y de su destino como pueblo. Esa estrategia funcionó con Latinoamérica, con Irán hasta la revolución de los ayatolas, y sigue funcionando hoy en día en buena parte de África y en Oriente Próximo con las teocracias petroleras.
Cohabitación política
En las últimas elecciones a la Asamblea Nacional de Venezuela la oposición obtuvo mayoría absoluta, hecho que no resulta extraño ni tampoco infrecuente en regímenes presidencialistas de nuestro entorno geográfico y/o cultural, dando lugar al desarrollo de toda una teoría y estrategia política conocida bajo la denominación de cultura de la cohabitación, sobre la que han corrido ríos de tinta en artículos, ensayos y tratados políticos. Alcanzar la hegemonía en el Parlamento, mientras mantiene el poder un presidente electo de signo político contrario, ocurrió en la Francia de Mitterrand en 1986, cuando un presidente socialista tuvo que cohabitar con un primer ministro conservador, en la América de Clinton, en la de Obama y en la Trump. Con todas las cautelas en la comparación ya que el régimen español no es presidencialista, sino parlamentario, en la primera etapa del gobierno de Sánchez hemos presenciado a la Mesa del Congreso y al Senado dominados del Partido Popular sin que se resquebrajara nuestro sistema político. Lo que no hemos visto y esperemos no verlo nunca es a un presidente del Congreso Norteamericano, por ejemplo, Newt Gingrich enemigo acérrimo de Bill Clinton al que llevó al borde del impeachment por el affaire Lewinsky, autoproclamarse Presidente de los Estados Unidos y promover golpes militares contra el gobierno federal. Ni vimos a Mitch McConnel en el segundo mandato de Obama, cuando ambas cámaras estuvieron en manos republicanas, promover movilizaciones a las puertas de los cuarteles, ni liberar a presos. Tampoco la actual presidenta del Congreso americano de mayoría demócrata, Nancy Pelossi, lo ha intentado contra Trump, sería algo insólito, inconcebible de hecho, sin embargo, Guaidó lo hace e intentan hacernos creer que eso es lo justo y legítimo.
Lectura geoestratégica
En Venezuela se ha llevado a cabo un intento de usurpación del poder legítimo, sin embargo, nuestros gobiernos insisten en reconocer y prestar todo su apoyo político a quien carece de cualquier legitimidad para erigirse en representante de todo el pueblo venezolano. Guaidó solo fue elegido por sus compañeros de partido para presidir la Asamblea Nacional de Venezuela y no existe justificación alguna para su pretensión de hacerse con el gobierno de la nación ¿Cómo se explica tamaña incoherencia?
La única respuesta posible, en el caso europeo, es que seguimos siendo unas víctimas complacientes de la servidumbre y sumisión a los designios del Tío Sam que se estableció tras el fin de la II Guerra Mundial (en España un poco más tarde). Esa deleznable actitud política es la toca a la hora de enfrentar el caso venezolano, por muy incoherente y disonante con los propios valores que pueda parecer.
Para los Estados Unidos la cosa está meridianamente clara, los recursos venezolanos son demasiado valiosos como para permitir que caigan en manos de sus enemigos. Para el actual gobierno norteamericano es primordial revertir la situación a la época en que una élite político-económica mantuvo el poder en Venezuela durante lustros, mediante un simulacro de democracia, dejando las manos libres a las empresas multinacionales americanas para esquilmar las materias primas del país sin el menor miramiento.
En Rusia, tras el colapso de la Unión Soviética y una vez controlados los desórdenes que en más de una ocasión amenazaron con desembocar en guerra civil, con la autoritaria estabilidad del mandato de Putin (cuya mentalidad se fraguó en los manuales de la KGB, no olvidemos), se han avivado viejos rencores contra Occidente y buena parte de las antiguas estrategias se han reproducido, reiterando alineamientos pretéritos.
El enfrentamiento soterrado entre Rusia y Estados Unidos y sus respectivos aliados nunca ha cesado completamente y ahora ha reverdecido, intensificando pasadas rencillas por el control de sus respectivas áreas de influencia y haciendo todo lo que está al alcance de cada uno por desestabilizar a la otra parte. En esa coyuntura Venezuela no es más que un peón más en la partida geoestratégica de las superpotencias. Sin olvidar que ahora hay un nuevo y poderoso actor en el escenario internacional con importantes intereses en toda la región: la República Popular China. Su opinión deberá ser tenida en cuenta ante cualquier solución a la crisis que se arbitre desde instancias internacionales.
Del resultado parcial del pulso entre estos tres actores globales depende la continuidad del régimen bolivariano. Cualquier otra consideración, solidaria o humanitaria, carece de relevancia. El pueblo venezolano, de uno y otro bando, no es más que un pretexto, o rehén subsidiario a lo sumo, de los intereses geoestratégicos de las superpotencias.
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